Me duelen las noticias y que el mundo se haya detenido.
Todos teníamos planes. Algunos quizás los podremos cumplir dentro de poco o quizás más de lo previsto, pero otros nunca podrán hacerlo.
Y sentís esa cachetada, fuerte y desconcertante. Te quedas petrificado ante lo desconocido. Con miedo, mucho miedo y el corazón roto, rotísimo. Pero esa cachetada te recuerda que el mañana no es una garantía, que el hoy es un regalo y la salud un lujo de pocos.
¿Alguien más siente que se muere de ansiedad? Por momentos trato de hacer de mi día el más normal por diez minutos, hasta que recuerdo que estoy adentro de una película de terror.
Pero es que lo que me angustia no es mi vida sino la de quiénes me rodean. Y mi mente se convierte una vez más en mi peor enemiga.
Hace una semana estaba con mis amigas en un bar, caminando en calles pobladas incluso de madrugada y bromeando sobre la última salida antes de la supuesta cuarentena. Con un poco de miedo pero creyéndome superior por aún no haberme enganchado con los enfermos de la paranoia. Y que equivocada estaba...
Hoy tiemblo cuando escucho esa cifra ascender. Hoy las calles están vacías y los hospitales llenos.
La gente está tan triste como yo y hasta el más valiente tiene miedo.
Lo único que me consuela un poco es saber que entre todos nos acompañamos, desde lejos y sin un beso, pero compartimos un dolor que nos hace ver un poco más humanos que antes.
Espero que estén bien y que se cuiden mucho.
Nos leemos.