Mi depresión es como una temerosa tormenta. El cielo
posee una espesa neblina que cubre cada parte de mi cuerpo y no me permite
visualizar ni siquiera mis manos. Es grisácea, oscura y húmeda. Siempre está
presente la lluvia, que rara vez es calma, casi siempre se asemeja a un
huracán. Lleva todo lo que encuentra a su paso, no le interesa quién esté al
frente. Puede destrozar con toda su fuerza a cualquiera. Luego de unas horas se
supone que debería terminar como lo haría la tristeza de una persona normal,
pero no es mi caso. Mi tormenta puede durar días, semanas y hasta meses. Luego
mis días pueden recubrirse de días soleados cuando estoy rodeada de buenas
personas que engañan al tiempo. Pero luego se ven nuevamente opacados por la
oscuridad y la frialdad del huracán. Me es imposible escapar de ella porque
siempre regresa sin importarle nada. Puede que el pronóstico muestre un
horizonte despejado, pero por dentro siempre llueve. Éste es uno de mis mejores
talentos, el de cubrir la tempestad con un simple paraguas, que es mi sonrisa.
Es como el piloto que llevas cuando llueve torrencialmente y te salva de
empapar tu vestimenta, es la máscara que te salva de dar explicaciones cuando ni
siquiera las tienes. Porque yo sé que mi vida es buena, sé que puede ser peor,
sé que puedo sacarme de ésta situación pero no es tan fácil, no siempre se puede
y yo definitivamente no soy lo suficientemente fuerte. Es que es increíblemente
cómodo quedarse en medio de la lluvia antes que entrar a refugiarse. Uno no
siempre busca ayuda por temor, por orgullo o simplemente porque crees que no es
tan terrible como aparenta. Pero hay días en los que el agua de la lluvia te
llega hasta el cuello y a veces hasta la frente y ya no se puede respirar. Aquí
los problemas se ven irreversibles, comienzan los ataques de pánico o peor, los
te ignoro para siempre y los intentos no tan fallidos. Suena cruel el irse para
siempre y por decisión propia, pero sólo si se lo ve desde el lado de los que
quedan aquí. No, no es egoísta, ni estúpido, es humano. Pero uno sólo ve lo que
quiere ver y cree lo que quiere creer. Es por eso que todos creen que soy
perfecta y que mi vida también lo es. Más de una vez escuche halagos hacia mi
persona y mis habilidades, ni una vez me los creí. Las personas ven lo que quieres
mostrar, nadie se molesta por ver más allá de lo obvio, nadie me mira a los
ojos cuando me preguntan si estoy bien, nadie presta atención al tono de mi voz
cuando tiembla, nadie ve los cortes sobre mi piel, y nadie ve las quemaduras
que ocultan mis accidentes. Nadie presta atención a los “no me dejes sola” o a
los “no quiero ir a casa” seguidos por mi risita, en realidad debí haber dicho “tengo
miedo lo que pueda llegar a hacer si estoy sola con mis pensamientos”; pero ni aun
así me habrían seguido. Todos somos egoístas, hasta yo. Si bien me considero
una persona que pone a los otros siempre antes que a mí, aun así varias veces
he puesto a mi depresión por sobre todo. Y me arrepiento demasiado. Porque me
ha quitado muchísimo tiempo y mucha vida, me ha quitado todos mis años de
adolescencia y ahora de juventud. Me ha quitado oportunidades que sé muy bien
que jamás regresarán, pero me lo he complicado todo yo solita. Por eso no culpo
a nadie, soy la única responsable de mi propio crimen. Porque cada día me
debilito más y más, no sé hasta cuando podré seguir respirando bajo este
huracán de tristeza.
Nos leemos.