jueves, 9 de febrero de 2017

Fría

Ésa mañana amaneció fría al igual que su cuerpo y las hojas de los árboles danzaban junto a un viento que se sentía quieto, como el tiempo.

Ésa mañana recibí una noticia difícil de digerir. Aún recuerdo el punzante dolor en mi pecho y luego el dolor de mis manos por mantener los puños cerrados, en señal de bronca, por tanto tiempo. Pero nada se comparaba con el vacío existencial que sentí a continuación. Sólo al recordarlo siento escalofríos.

Ella siempre se veía feliz y nunca estaba sola. Recuerdo que al observarla siempre tenía a su alrededor un mar de gente y una sonrisa que iluminaba su demacrado rostro. Era hermosa ante mis ojos y ante todos, excepto ella. 
Siempre noté que su timidez se debía a sus inseguridades. Y cómo olvidar aquella noche en la que estaba tan tensa luego de un pequeño desliz en una noche de fiesta. 
Recuerdo que la tomé entre mis brazos, hice que me mirara a los ojos y le susurre que no importaba lo que la gente pensara de ella. Su mirada era inocente y triste como la de una niña pequeña. Besé su frente, y fue lo más íntimo que tuvimos ella y yo.

Hoy miro sus fotos y sigo apreciando esa mirada llena de tristeza e infelicidad. Porque aunque en todas sale sonriendo, muy en el fondo se nota que el brillo de sus ojos cargan pura miseria. Desearía poder haberlo visto antes, quizás ahora estaría aquí.

Hace dos años que yace en un cementerio, frío, como ésa mañana. Ella dejó este mundo por voluntad propia. Se rasgó ambas muñecas y se dejó desangrar hasta que su corazón se detuvo para siempre.

La chica que me quitó el sueño tantas noches por su encanto se había quitado la vida. Y cuando acaricié por última vez sus manos, estaban frías, como la noche en que la conocí, esa misma noche que me jure a mí mismo amarla para siempre.

Hazel