Después de un largo viaje finalmente regreso a casa, pero no me siento feliz. Tan solo siento cansancio por el extenso camino que recorrí.
Terminé de cursar y vuelvo a mis días oscuros. Suena triste y lo es, pero cursar me mantiene cuerda.
La universidad cansa, pero me refugio en mis días cargados de actividades, libros que leer, apuntes que estudiar, grupos de estudio, charlas con compañeros y días enteros en ese edificio.
Me encanta tener otros problemas ajenos a mi depresión, ansiedad y desórdenes alimenticios. Me encanta formar parte de los normales, sentirme en sincronia con el mundo, saber que estoy haciendo algo con mi vida.
Y cuando el ciclo acaba me siento miserable y me sumerjo en la tristeza.
Me fue muy bien este año, me daría una palmadita en la espalda. Cursé sólo seis materias éste año, pero las aprobé a todas y una de ellas promocionada. También rendí dos materias este año, y aunque no son tantas como quisiera, no es malo. Así que casi completé el tercer año de mi carrera, me faltan dos y la práctica que las haré el siguiente año según mis planes.
Ahora me quedan los exámenes finales, a.k.a mi peor pesadilla.
Cuando las fechas son durante las vacaciones se me hace imposible rendir porque siempre me deprimo y se me hace imposible estudiar y preparar materias. O peor aún, me paso meses estudiando y cuando llega el día me siento miserable, y la voz en mi cabeza me dice que me irá mal, por ende termino sin presentarme.
Y así paso mis días evitando rendir por miedo, angustía, etc. y me quedo atrás con mi carrera. Porque aunque me vaya bien durante el año, solo tengo el 30% de mi carrera hecha y me dan ganas de llorar cada vez que pienso en esto.
El próximo mes una de mis mejores amigas se recibe. Ella comenzó mi carrera un año antes que yo, sin embargo la terminará en tiempo perfecto.
Yo sé que no soy ella. Toda mi vida traté de meterme eso en la cabeza porque fue un martirio desde siempre. Nos conocemos desde niñas y mi madre siempre me comparó con ella en el tema estudios. Si yo me sacaba un 9 en un examen, mi madre antes de felicitarme me preguntaba cuánto se había sacado mi amiga; y cuando le decía que ella tenía un 10, me preguntaba en qué me había equivocado. Así fue mi infancia y mi adolescencia cuando era el tema de las banderas de ceremonia. Donde yo siempre era escolta y mi amiga siempre era abanderada. Pesadilla.
Ahora trato, realmente trato de que no me afecte, pero odio saber que sí. Y puede que pase hasta por envidiosa, pero no es mi culpa. Ése maldito sentimiento creció con los años y con la ayuda de mis padres, lamentablemente.
Y me duele porque no puedo alcanzar sus expectativas y peor aún, las mías.
Fuerza para éstos últimos meses del año. Para vos y para mí.
Nos leemos.