lunes, 6 de julio de 2020

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No puedo respirar y tengo la vista nublada.
Me duele la garganta de aguantar un grito visceral.
Mi piel entumecida se pone roja.
Y lloro.

Pero me detengo porque no tengo por qué llorar.
Desagradecida, loca, egoísta.

Imagino mi cara cubierta de sangre seca,
ojos sin vida y labios morados.
Loca, psicópata.

Quiero llorar hasta sentirme bien,
pero las lágrimas duelen más que todo.
Porque ni siquiera tengo privacidad para hacerlo.
Para matarme, digo.
Tampoco para llorar.

Dramática, estúpida.

Me agito de nuevo y entierro mis uñas en mis palmas.
Ya superé la época de maltratar mi cuerpo,
pero necesito matar con algo lo que tengo dentro.

Me siento poseída por un dolor inexplicable.
Dolor de aguantar, de fingir.
De parecer estar bien por fuera y por dentro estar podrida.

Estoy cansada de perdonar y acumular.
De pensar en los demás y que nadie piense en mí.
De encerrarme en mi misma y no dejar entrar a nadie.
De no pedir ayuda, o ignorarla.
De sufrir callada.
De sonreír mientras lloro por dentro.
De caminar hacia lo incierto.
De perseverar cuando ya nadie cree en mí.
De soñar y matar yo misma mis propios sueños.
De seguir estancada en la depresión.
De ver gente que habla mal de mí y sonreír.
De fingir ignorar los comentarios que me matan.
De pensar todo tanto todo el tiempo.
De querer demasiado.
De querer a demasiada gente y que nadie me quiera a mí.
De estas cuatro paredes tan huecas como yo.
Del reflejo del espejo.
De las voces que me quieren matar.
De que todos me abandonen.
De ser reemplazable.
De sentir tanto.
Del dolor de cabeza, cuando no puedo llorar como ahora.
De temblar y no de frío.
De temerme a mí misma.


Nos leemos.

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